En esta ciudad, llena
de inertes cáscaras que vagan sin rumbo,
floto sin destino ni
dirección,
en un mar de caos y
dramatismo.
Me dejo llevar por la marea de palabras y sonrisas perdidas,
en una memoria imborrable.
Los golpes llegan por
todos lados y van a parar a mis frágiles costillas.
Disfruto del dolor de
estar viva, y busco en las experiencias vertiginosas sentirme así.
Todo es ridículo y
extravagante, la esperanza se evapora junto al vaho fugitivo de mis labios.
Entonces mis pupilas,
revoloteando enloquecidas, se posan en sus ardientes ojos oscuros.
Un instante efímero y
solicitado, cargado de electrizantes pensamientos y veloces miradas,
que unen y salpican
con sus aniñadas carcajadas.
Su sonrisa ilumina y
colorea lo que creí eternamente hueco.
Su voz, vibrante y
salvaje, ensordece los agónicos delirios en mi cabeza.
Su olor cubrirá con
dulzura mis pasiones reprimidas.
Es sencillo, por
primera vez lo es y no busca enredarse en complicadas sentencias ni absurdas
declaraciones.
Fluye y navega sin
destino ni pausa,
acolchado por un
cielo despejado; no irrumpirá la tormenta por ahora.
Tan solo paseemos, y
no nos perdamos, que a la par que yo avivo los latidos de tu inerte corazón,
tú me devuelves la
esperanza que perdí una sucia tarde del noventa y nueve.
Qué más dará lo que
piensen los fantasmas, cansados y agrietados.
Lo esencial son
nuestros sordos corazones, que no alcanzan a escuchar los cuchicheos de los
labios acusatorios.
Fuimos y seremos,
pero lo importante es
que somos.
Y si somos libres,
será que la libertad es felicidad,
y la felicidad solo es real cuando es
compartida.