martes, 30 de abril de 2013

Guerra del desgaste.




Nunca fui tan consciente como hasta ahora sobre la eternidad de las decisiones y el efecto defectuoso de las palabras.


No reconozco a la figura abstracta del espejo, y le observo tras cortinas saladas que cubren mis ojos.


Habito una cascara desconocida y hueca; aún no he aprendido a convivir con el extraño que dice ser mi cabeza.


La debilidad me consume, los huesos yacen sobre la piedra y la respiración forzada y temerosa deja paso a la asfixia voraz.


Busco con vehemencia y desasosiego la antigua fortaleza valerosa que me acompañó en antaño, la cual parece haberse desgastado entre niebla y solitarios bosques.


La busco en las manos frágiles de mi madre.
La busco en los ojos oscuros de mi padre.
La busco.

Mi mente se bifurca en dos ríos rocosos y abruptos.


No es una simple disputa entre ángeles y demonios,
una batalla entre el bien y el mal.


En mí se labra una auténtica guerra del desgaste, dónde solo habitamos la oscuridad y yo. Una guerra en la cual gana el primero que mate al otro.




Mi problema es no saber si quiero ganar  yo, o que ganen mis demonios.