El viento azota los árboles con su látigo de aire, y a mí
me parece escuchar a las hojas de las ramas gritar.
Los cristales de las ventanas silban en un silencio roto.
Las gotas se arrastran perezosas por el cristal empañado,
y el frío entra de puntillas por la ventana.
Los pájaros cortan el viento con sus alas y salpican de
plumas negras el cielo plateado.
Lo que juré
en su día y fue enterrado bajo tierra y sangre, se sacó a la luz,
alzándose hasta las nubes para que pudiesen
conocer al monstruo destructor.
Algunos agacharon la cabeza, avergonzados, y
se marcharon del escenario.
Otros
atravesaron mi carne con sus ojos congelados, y arrancaron de entre sus dientes
palabras de decepción.
Otros
apartaron la mirada, incómodos.
Humillada,
me perdí en las circunstancias y olvidé el motivo de mi silencio: No fue por el
dolor o la preocupación en ellos.
Callé por
la decepción en su mirada.