sábado, 7 de junio de 2014

Ícaro.

Nace el amanecer, acolchado por rosadas nubes y un cielo en llamas.
El viento suspira calma, y abre tus ojos castaños a la par que despierta al ruiseñor de tu ventana.

Hubo un día en el que el enloquecido rasgar de tu guitarra se apagó,  y tu voz ya no cantaba a la vida.
Ahora te escondes en la penumbra, atemorizada de encontrarte contigo misma.

Los puños apretando frustración,
de los ojos brotando impotencia,
los sollozos relatando agonía.

Solo quieres un poco de paz en tu marchito corazón, cansado de tantas batallas.
Sería fácil abandonar, dejar que las bestias devoren tu mente y acostumbrarte al dolor de sus garras.

Pero la derrota ni traerá paz, ni acabará con tu penuria.

¡Así que lucha, eres valiente aunque no lo sepas!
No permitas que nadie, ni siquiera tú misma, dude de tu increíble fuerza capaz de soportar el peso de un pasado roto.

Desafía los limites de tu voluntad, y encuentra la satisfacción en cada día que vivas; avanzas cada vez que intentas superarte, y ni siquiera te das cuenta.

Nunca pienses, ni siquiera en la oscuridad de la noche, que estás sola;
siempre tendrás con quien llorar hasta reír.

Recuerda estar orgullosa de tu sonrisa sincera, hermosa guerrera en un mundo cruel.

No olvides lo mucho que te admiro, yo y toda persona afortunada de conocer al ángel que duerme en ti.

Y ante todo no tengas miedo de caer, al igual que lo hace Ícaro en cada ocaso; renacerás cada mañana.



Encontraste fuerza en mis palabras,
y yo hallé valor en tu mirada.