Las opacas nubes placan mi voz vibrante y ascendiente.
Cubriéndola como un grueso manto y clavándola en la tierra húmeda,
se pierden en el aire cargado.
La marchita tranquilidad de mi alma se convirtió en
inseguridad, y me hizo pequeñita hasta desaparecer.
Como una sombra, vago entre las nerviosas figuras parlantes.
Tiemblan de emoción; parece que tienen cosas muy importantes
que decir.
Ellos gritan, lloran,
ríen, insultan, aman y mueren.
Se les ha olvidado el valor del silencio porque
su ego ensordeció su humildad.
Enmudezco, contemplando el violento zumbido del viento.
Perpetuo sentimiento de transparencia, marcho a las
profundidades del bosque de mi mente, a descansar: se acerca el invierno.
Aguardaré mi voz para quien la busque, como un tesoro de ópalo negro, y seguiré aprendiendo de los demás.
Al fin y al cabo, todos estamos hechos de carne y ego.