jueves, 6 de febrero de 2014

Elegía a mi mente.

Ni termino de acomodarme en las huesudas manos de la asfixia, 

ni consigo adaptarme a la vida entre barrotes, 

ni me acostumbro a la presencia perpetua de mis demonios.

Desde que la luz del alba ha muerto, no encuentro razón que me levante más que la del trino del pájaro azul o el trote ligero del ciervo taciturno.

La oscuridad del día me pesa, y se adhiere a mis párpados como si de un sueño se tratase.

Traedme al astro ardiente, ¡rápido! 
Que la melancolía del invierno me devora cada enero hasta dejarme sin aliento. 

¿Quién taló el frondoso bosque de mi descanso? Juro que si busco, solo encuentro los huesos de los árboles.

Creí haber acabado con el dolor, pero tan solo fue un efímero espejismo de calma, para dar paso al rechinar de los caballos negros y las inertes pesadillas.

Y es que fueron demasiadas las noches en las me desgasté.

Finalmente acepto mi condición defectuosa y echo la llave a mi jaula. Porque ni mis dueños me dan tregua, ni mis fantasmas desaparecen.

Tiro la toalla, y con ella cubro mi castigo.








No hay paz para los locos.







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