jueves, 19 de enero de 2012

Enfermizas baldosas.

Con enfermiza torpeza, dejo caer mi coxis sobre las baldosas, frías y húmedas. Mis muñecas crujen, al igual que los huesos de mi mente. El aire pesa y falta, y solo me acompaña la muerte, en una habitación vacía. No me abrazo las piernas, no rompo en llantos. Tan solo me dejo caer, me desmonto contra la realidad y aguanto mis incesantes parpadeos de mariposa agonizando. Tan solo lo aguanto. Luces mortíferas se ciernen sobre mí, blancas, plutónicas, cancerígenas. Puedo sentir mis pestañas desvanecerse, puedo sentir como las arrastran mis lágrimas. Nunca supe llorar. Mis uñas se quiebran en el suelo sucio. Siento mi pecho caer, cansado y sin fuerzas de seguir sosteniendo un corazón vacío. Y si está vacío, ¿cómo es que pesa tanto? Quizás sea la armadura de quebrado metal oxidado, que lo está aplastando. Quizás sean los escombros que se amontonan en las tres esquinas de esa habitación. Me quedo aquí toda la noche, con miedo y esperando la mañana. Pero aún es de madrugada, y la niebla tapa las luciérnagas que me acompañan al otro lado. Y me siento sola. Pero no me gusta. Pero no me importa. 

Tan solo yace mi inerte cascara sobre las húmedas y frías baldosas que en mis versos habitan.-

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