En el frondoso bosque de mi descanso,
que reina en mi mente con su silenciosa locura,
apareció una elegante ave,
acarreando con sigilo sus profundos ojos
oscuros y su erguido pecho orgulloso.
Desde las ramas observaba,
con distancia y precaución, el caos que inundaba esta tragicomedia salvaje.
Su mirada, gastada y deshecha, aún guardaba el calor de unos días más soleados.
Su plexo se hinchaba con cada respiración, suspirada y paciente.
Allí estaba, clavando con fuerza y presión sus afiladas pupilas en mí.
Y supe que no se iría.
Dame sexo.
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